Wednesday, May 21, 2014

Luis Roca Jusmet reseña en su blog "Foucault y los historiadores" (1988), de Francisco Vázquez


En el blog "Materiales para pensar", puede encontrarse una reseña del libro de Francisco Vázquez, Foucault y los historiadores. Análisis de una coexistencia intelectual, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1988, redactada por Luis Roca Jusmet. Se trata de una oportuna reflexión sobre la "revolución historiográfica" foucaultiana, cuando se cumplen 30 años del fallecimiento del filósofo francés.

Sunday, May 18, 2014

Francisco Vázquez reseña, en la revista Pensamiento, "La norma de la filosofía", de José Luis Moreno Pestaña

Se ha publicado en Pensamiento. Revista de investigación e información filosófica, 70, nº 262, 2014, pp. 218-220, una recensión de Francisco Vázquez sobre La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil, de José Luis Moreno Pestaña. Reproducimos, debajo, el texto de la recensión:



MORENO PESTAÑA, José Luis. La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013,  223 pp.
Este libro ofrece al lector una reflexión olímpica acerca del presente de la filosofía española. Pero para entenderlo en sus justos términos, ese presente es afrontado en toda su densidad temporal, como si se tratara del precipitado de una herencia anterior, con sus fracturas, desplazamientos y continuidades. La herencia en cuestión la constituye el orteguismo. Este no se identifica con la escuela de Madrid, cuyos brillos se apagaron tras la Guerra Civil, ni siquiera con las ideas de su jefe de filas. El orteguismo no es una doctrina sino un modo de ser filósofo y de practicar la filosofía. Esta se identifica con un quehacer abierto e híbrido, una reflexión de segundo orden a partir de las prácticas cotidianas y de los discursos científicos en el interior de una determinada circunstancia histórica. En este maridaje con los saberes, el orteguismo destaca la colaboración con las Humanidades. Las disciplinas humanísticas revelan el condicionamiento social e histórico de las construcciones filosóficas, mientras la filosofía pone al descubierto, mediante conceptos, los supuestos impensados desde los que operan las Humanidades.
Pues bien, el libro narra, en cierto modo, el destino histórico de este patrón orteguiano en la filosofía española posterior, desde la Guerra Civil hasta el final de la Transición. Para ello selecciona, analiza y contextualiza en profundidad una serie de debates teóricos que han jalonado las distintas etapas de este proceso. El debate, la controversia, se transforman así en observatorio privilegiado a la hora de sondear distintos estados del campo filosófico español en diferentes momentos críticos.
El instrumento utilizado para moldear esta reconstrucción histórica lo constituye la sociología de la filosofía. Aunque formalmente esta disciplina es de factura reciente y se vertebra a partir de metodologías diversas (sociología de las redes intelectuales de Randall Collins, sociología de los campos de producción intelectual promovida por Bourdieu y sus discípulos, sociología de las estrategias argumentativas practicada por Martin Kustch), Moreno Pestaña encuentra su inspiración en el programa orteguiano. Este implicaba rechazar una concepción cerrada de la actividad filosófica, entendido como construcción de sistemas conceptuales a partir de la exégesis de los textos que componen la tradición. Semejante planteamiento presupone que la filosofía está constituida por un corpus textual autosuficiente, cuya validez es independiente del contexto histórico en el que se formula. Tal actitud, que implica el desgajamiento del sistema filosófico fuera de su peculiar circunstancia histórica, es lo que Ortega identifica y rechaza como “escolástica”. El contenido del sistema en cuestión es irrelevante, puede tratarse de Durando de San Porciano o de Antonin Artaud.
Con estos mimbres el autor traza, en la Introducción, un programa completo de los problemas y dificultades que debe afrontar la sociología de la filosofía entendida como prolongación del ejercicio de reflexividad que define a la actividad filosófica. Diseña así un mapa muy afinado para sortear ese campo de minas que implica la lectura de textos filosóficos, una guía para esquivar los precipicios paralelos del reduccionismo filosófico y del sociologismo. Este apartado introductorio está plagado de sugerencias, ofreciendo una amplia panoplia de herramientas para el historiador: significatividad de las luchas fronterizas (para fijar qué es y qué no es filosófico), importancia de los fracasos y de los filósofos menores, formulación de la teoría de los tres polos de excelencia (institucional, intelectual, creativa), utilidad del concepto de “espacio de atributos”, relevancia otorgada a la construcción de esquemas idealtípicos.
En su argumentación, Moreno Pestaña atiende a las aportaciones de sus antecesores (Collins, Bourdieu & cia, Kustch), pero lo hace siempre criticándolas, evitando precisamente la actitud del escoliasta. Se llega así a una original combinación de estas contribuciones con el legado conceptual de Ortega y con la epistemología weberiana de Jean-Claude Passeron. Otra novedad la constituye la selección de fuentes. En coherencia con el enfoque propuesto, atento a situar el filosofar en la vocación vital o trayectoria de los pensadores considerados, en su contexto práctico y en el menú de posibilidades que en cada caso conformaba el espacio filosófico, las fuentes consideradas no se limitan a la “obras” de los autores concernidos. El análisis de ese material se confronta con un corpus diferente, anómalo para el historiador académico de la filosofía: procesos de depuración en tiempo de guerra, expedientes administrativos, informes y ejercicios en tribunales de oposiciones, correspondencia privada, entrevistas orales con los protagonistas.
Con estos materiales y estas herramientas se aborda, en el primer capítulo, una de la primeras pruebas de fuego afrontadas por la herencia orteguiana: la Guerra Civil. En los relatos consagrados, este episodio habría partido en dos la historia de la filosofía española contemporánea. Exiliados en el exterior o en el interior, los representantes del orteguismo habrían sido borrados de la escena y reemplazados por partidarios del nuevo régimen, que habrían ocupado los puestos de sus mayores administrando un nuevo establishment, el de la filosofía bajo palio, dominado por el nacionalcatolicismo y la tradición tomista. El vergel se habría transmutado en erial.
Frente a esta vulgata resuelta con un par de brochazos, se presenta un relato mucho más matizado. Se calibra la importancia de graduar la incidencia de la Guerra Civil según las trayectorias individuales y las fases más afectadas de las mismas. Esto permite por una parte trazar una tipología de las carreras a partir del impacto que tuvo  sobre ellas el fatal acontecimiento: unas se vieron aceleradas (de modo variable según los casos), otras ralentizadas, frustradas o interrumpidas, otras se mantuvieron en sus expectativas anteriores. También varió la pauta de reclutamiento. Todo un espectro de filósofos de origen humilde (en contraste con la procedencia de clase media alta de los orteguianos) encontraron en la tutela eclesiástica y en el silencio de los seminarios el modo de superar sus obstáculos de clase aupándose a la consagración institucional o intelectual. La estrella sociocéntrica del nuevo amanecer era el Padre Santiago Ramírez.
Por otra parte, la herencia orteguiana no desapareció como por ensalmo. Muchos de los intelectuales fascistas se habían socializado filosóficamente en ella, de modo que seguía investida de prestigio. La movilización político-militar hizo más dependiente la lógica del campo filosófico respecto a la del campo político, pero no evaporó totalmente su autonomía. El cambio afectó sobre todo a la institución filosófica, con el barrido del orteguismo en las Facultades de Filosofía y en el Instituto Luis Vives del CSIC. Pero la incidencia de esta tradición prosiguió a través de Ortega y sobre todo de la creciente influencia de Zubiri fuera de la Facultad de Filosofía (Laín, Conde, Gómez Arboleya). El análisis pormenorizado y riguroso de las trayectorias le permite además al autor descartar otro tópico de la historiografía intelectual de este periodo: la supuesta contraposición entre falangismo “liberal” y tradicionalismo escolástico.
El segundo capítulo está dedicado a examinar el debate entre Laín y Marías, en la década de los cuarenta, a propósito del concepto de “generación”. Este estudio de caso permite poner en entredicho, de un modo aún más concreto, el falso tópico del erial filosófico español durante el mencionado decenio. Como enseñó Braudel, la materia histórica está articulada en un tiempo múltiple, multidimensional, donde los campos no se transforman de manera sincronizada. Simétricamente, no es posible afrontar la experiencia vital de un filósofo como si existieran compartimentos estancos entre sus distintas facetas (práxica, emocional, cognitiva, etc).
Mediada la década de los cuarenta, el trastocamiento del campo político producido por la Guerra Civil había afectado sin duda a las modalidades de reclutamiento profesional y de carrera académica de los filósofos, pero no todavía a su consagración intelectual. Moreno Pestaña traza la persistencia del orteguismo como en esta época, analizando el modo en que la filosofía híbrida defendida por Ortega recibía nuevas modulaciones en su discípulo Zubiri, encontrándose cuestionada por la referencia a Heidegger. Se sigue la estela de este problema en el debate Marías/ Laín, en un entorno donde los tomistas controlaban la institución filosófica pero no los valores que cotizaban en el mercado intelectual.
     En el tercer capítulo se dilucida un importante cambio de panorama. En las redes tomistas, hegemónicas en la filosofía universitaria desde la Guerra Civil, se trata ahora, ya entrada la década de los cincuenta, de desprestigiar el orteguismo, esto es, de derribar su preeminencia intelectual. El éxito de la campaña antiorteguiana, que es la controversia analizada en este capítulo, propició no sólo la expulsión de las ideas de Ortega, sino la consolidación de un nuevo habitus filosófico que habría de pervivir más allá del franquismo. En las tentativas de sistematización y en las diatribas de los Ramírez, Iriarte, Marrero y compañía, contra Ortega, lo que se hace valer es un nuevo prototipo de filósofo: recio y ascético, retirado de las veleidades mundanas y dedicado a la construcción de vastas arquitecturas teóricas obtenidas a partir del culto y la exégesis de los grandes textos de la tradición. En estos pensadores de los cincuenta el corpus de referencia lo constituyó el legado tomista, pero la nueva generación de los sesenta no cambiará el patrón (“la norma de la filosofía”), sino sólo los contenidos. Según los casos se tratará del marxismo, de la filosofía analítica o del postestructuralismo, esto es, de las corrientes europeas importadas con avidez en los años de contestación política antifranquista. Pero filosofar continuará consistiendo en derivar un sistema a partir del  desciframiento de un canon textual, sea este el de Hegel o el de Foucault.
El capítulo cuarto nos relaja abriendo una espita para el optimismo. Aunque eclipsada y dominada, la filosofía híbrida, entrelazada con las ciencias históricas, defendida por Ortega, no quedó totalmente arrumbada en el panorama filosófico español de los años sesenta y setenta. En algunas instancias de la filosofía española de esa época existen rescoldos que nos permiten reavivar hoy el necesario fuego del orteguismo. Estos elementos se encuentran en el conocido debate que enfrentó a finales de los sesenta, a Manuel Sacristán y a Gustavo Bueno, a propósito de la titulación de filosofía.
Más allá de las estridencias de ambos contendientes, Moreno Pestaña revela una concepción compartida del filosofar como reflexión de segundo orden sobre las ciencias y sobre las prácticas mundanas. Ambos rechazan la “filosofía de lector” convertida en canon español desde la década de los cincuenta. La raíz de esta visión del quehacer filosófico se encontraría en Ortega, modelo permanente de Sacristán y objeto de una consideración más ambivalente por parte de Bueno. El autor dedica muchas páginas a reconstruir, en la larga duración, la perspectiva de Ortega acerca del nexo entre la filosofía y las ciencias históricas, poniendo de relieve el tronco neokantiano de las posiciones orteguianas y su vecindad con las ramificaciones del problema en la fenomenología y en el positivismo lógico. En este proceso Heidegger representa un cierto bluff, tanto por su recelo respecto a las ciencias como por su reducción de la historia a una combinación de etimología y comentario de textos filosóficos.
Pese a su proximidad, Sacristán y Bueno discrepan. El detallado seguimiento de sus trayectorias permite detectar la génesis de esta divergencia. El primero considera que la filosofía académica no aporta nada a la hora de componer una ciencia autocrítica y reflexiva. Por eso era partidario de eliminar la titulación específica de filosofía. Bueno sin embargo valora la contribución de esa filosofía universitaria, y la ejemplifica con los casos de Husserl, Heidegger y Bergson. La distancia entre ambos no está en su noción del filosofar, sino en su relación con la institución -integrada en Bueno, marginal en Sacristán, y en la amplitud de su público en esa época -de amplias miras culturales y políticas en Sacristán y más especializado en Bueno.
El Epílogo que cierra el libro amplía la hipótesis acerca de la persistencia de la “norma de la filosofía” instaurada durante los años cincuenta, aplicándola al universo de la filosofía española entre los años sesenta y noventa. Para ello se apoya en un generoso comentario de mi trabajo de 2009, La filosofía española. Herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990). Los cambios fundamentales que delimitan el proceso de transición filosófica descrito en esta obra no contradicen el continuado predominio de un quehacer filosófico confinado en la exégesis de textos e identificado con la tarea escolástica (en el sentido de Ortega) consistente en aplicar un sistema de referencia (en un repertorio ahora ensanchado, incluyendo a todas las corrientes de la modernidad) desgajado de su contexto para la comprensión de cualquier tipo de realidad.
Escrita a la vez con amenidad y elegancia, la monografía de Moreno Pestaña no sólo ayuda a desembarazarse de una interminable lista de tópicos historiográficos sobre la filosofía española del siglo XX. Constituye al mismo tiempo uno de los mejores ejemplos de ejercicio filosófico original que podemos encontrar hoy en nuestro país; invita a retomar nuestra perdida tradición orteguiana para aprender a pensar de nuevo.    
                                                                 Francisco Vázquez García
                                                                 Universidad de Cádiz



Saturday, May 10, 2014

Defensa de la tesis doctoral de Adriana Razquin Mangado (grupo HUM-536), dirigida por José Luis Moreno Pestaña, sobre el 15M

(Intervención de Adriana Razquin Mangado en la defensa de su tesis doctoral ante un tribunal formado por José Antonio González Alcantud, Francisco Sierra Caballero y Francisco Vázquez García)
No somos mercancía en manos de políticos y banqueros. Democracia Real Ya.
Este fue el lema que hace ya tres años llenó las calles y las plazas del país abriendo un nuevo ciclo de movilización social que llegaba por sorpresa. Un estallido social de malestar y desafección que desbordó el estado del campo político y la trayectoria de los movimientos sociales que venían saliendo de una honrosa resiliencia. La burbuja inmobiliaria y el festival de derroche y sobreendeudamiento parecían anunciar el fin del compromiso político.
A pesar de que las condiciones económicas y sociales estructurales venían deteriorándose como correlato del flujo de capital, las posibilidades que ofrecía el crédito parecían resultar demasiado hermosas como para ensuciarlas con la crudeza de los efectos inmediatos que acarreaba ese abandono ciudadano del control de los asuntos públicos. La militancia política, a ojos de la doxa economicista que sostenía la retórica neoliberal y que inundaba buena parte de la vida social, resultaba, si acaso, una antigualla caduca y raída por el paso del tiempo. 

Roto el espejismo y pasados tres años del comienzo oficial de la crisis, con un deterioro palpable de las condiciones de vida y con el Estado social a merced del poder financiero francoaleman, numerosas organizaciones sindicales, ONGs, partidos políticos y diversas agrupaciones trataban de sostener plataformas que no lograban ser mayoritarias ni superar sus propios umbrales de movilización. La desafección hacia las organizaciones políticas y sindicales parecía aumentar diariamente como efecto inmediato del afloramiento vertiginoso de multitud de casos de corrupción, que habían tenido como caldo de cultivo un marco legislativo y ejecutivo armonizado, casi podría decirse al servicio de, la connivencia de estos agentes políticos y sus redes clientelares con los poderes económicos. La desvirtuación de las reglas del juego democrático y el desprecio por el bien común parecían caracterizar buena parte de la dinámica de la política profesional.
Así, si bien el contexto socioeconómico y político invitaba a una movilización popular y masiva, ésta nunca llegaba.
Y de pronto, desde los recovecos cibernautas y sostenida sobre relaciones personales previas, una convocatoria de la que se manejaban muy pocas certezas prendió. Y lo hizo de tal modo que marcaría un hito en la historia de la movilización social del Estado español, pues logró movilizar a millones de personas a las calles y plazas, involucró masivamente a ciudadanas y ciudadanos no iniciados en el militantismo y recuperó a varias generaciones de militantes cuyas trayectorias se habían ido desintegrando tras la consolidación de la democracia de partidos a la que dio lugar la Transición.
Así, se vivió una primavera llena de toldos desde los que comenzó a tomar cuerpo una interpelación tajante a la deriva partidista del juego democrático que, además, sometía la vida y futuro del país a la estabilidad de los mercados financieros.
La convocatoria nacía como heredera de diversos intentos movilizadores con orígenes sociopolíticos e ideas fuerza diversas. Según el análisis que presento, se podrían establecer tres espacios colectivos más o menos definidos que habrían estado presentes en el proceso de gestación de la convocatoria: la Coordinadora Ciudadana, No les Votes y Juventud Sin Futuro. Si bien todo indica que las posiciones más a la derecha (además de, por supuesto, las de extrema derecha) presentes en el acto del Ateneo de Madrid de la Coordinadora Ciudadana, se descolgarían antes de quedar definido el manifiesto que llamaría a la movilización.
Pues bien, estos tres bloques (cuyos orígenes sociopolíticos iban desde el liberalismo economicista hasta la izquierda estatista) alimentaron la convocatoria desde espacios sociopolíticos divergentes pero apuntaban a algunas demandas que podían, la voluntad era esa: converger. Así, a pesar de que había ideas fuerza abiertamente enfrentadas existían, al mismo tiempo, configuraciones sobre las que la convergencia era evidente: 1) la desconexión entre representantes y representados, 2) la elitización de los espacios de decisión política y 3) una llamada a la toma de responsabilidades ciudadanas. Además, esta convocatoria, trataba de superar las rupturas y tensiones en el marco de las correspondencias simbólicas con tal o cual organización política y las posibles coaptaciones apostando por una movilización sin banderas ni siglas.  Existían también elementos, en principio no convergentes que se armonizaron en la articulación práctica (no sin incorporar, como ha señalado Moreno Pestaña, juegos de malentendidos). Veámoslo: Por un lado, #Nolesvotes presentaba como una de las ideas centrales de su posicionamiento público la denuncia de corrupción sistémica en el seno del espacio partidista pero que se encarnaba de manera significativa sobre el PP, PSOE, CIU y PNV (que eran, justamente, los partidos que habían apoyado la llamada Ley Sinde); por su parte, la Coordinadora Ciudadana añadía un punto más de gravedad a la corrupción del sistema político incluyendo el terrorismo de Estado, y todo ello se encarnaba en el PSOE. Y, finalmente, Juventud Sin Futuro enmarcaba su llamada a la movilización en el análisis crítico de las llamadas «medidas anticrisis» adoptadas por el Gobierno de Zapatero en un marco de tendencia de neoliberalización de las políticas públicas más amplio y que no se correspondían con la gestión pública que se esperaba de un Gobierno, si no socialista, al menos socialdemócrata.
Así, sobre la base de ciertas y parciales resonancias entre los tres planteamientos, emergían como posibilidades prácticas e ideas fuerza poco definidas y más o menos integradoras, lemas como «PSOE y PP la misma mierda es», o movilizaciones a las puertas de los ayuntamientos, en los actos de investidura de los cargos electos en las elecciones municipales, al grito de «¡Que no, que no, que no nos representan!».
Al mismo tiempo, la desafección podía extenderse más o menos (dependiendo de las filiaciones simbólicas de cada participante y de la trayectoria militante) a toda agrupación sindical o a los dos sindicatos mayoritarios, a toda organización política o solamente a los dos partidos mayoritarios. E, incluso, a los movimientos sociales. Aunque, por otra parte, el espacio político que movilizaba Juventud Sin Futuro incluía toda la lucha contra las políticas de austeridad, incorporaba algunas posiciones de la extrema izquierda (hay que recordar que Izquierda Anticapitalista formaba ya parte de Juventud Sin Futuro) y la convocatoria del 15 de mayo de 2011 había contado con la alianza de buena parte de las organizaciones que componían el Foro Social. Finalmente, ya en la acampada, se consolidó la incorporación de posiciones situadas en la izquierda extraparlamentaria, concretamente procedentes del universo de los movimientos sociales.
Esta diversidad catalizada sobre la desafección y el hermanamiento ciudadano dio lugar a un movimiento popular más o menos concentrado sobre la delimitación física de campamentos y enraizado en una dinámica interactiva entre las asambleas ciudadanas que se desarrollaban en las plazas y la coordinación virtual con un mar de acampadas y movilizaciones populares a lo largo de la geografía mundial. Así, nacían cada día nuevas y multitudinarias asambleas. En el caso particular de la asamblea analizada las cifras llegaron a las tres mil personas para el primer fin de semana.

Esta etnografía ha interrogado especialmente a la experiencia asamblearia ya que, en última instancia, es éste el espacio donde se discuten y ponen en juego las expectativas, ideas fuerza y posiciones. También donde se valoran y perfilan las estrategias de acción colectiva. Y como las asambleas se regían por el dictado no explícito de «somos las que estamos» (lo que hace que el proceso vaya concretándose de manera importante en función de quienes están en la asamblea en el momento justo de tomar las decisiones), resulta fundamental, para entender al movimiento 15M el análisis de las condiciones sociales (algunas más o menos estables y otras cambiantes) que definen el espacio de posibilidad para la participación en la asamblea.
En ese sentido, este trabajo ha tratado −gracias a la puesta en funcionamiento de la Teoría de los campos de Bourdieu− de reconstruir, delimitar y situar el espacio que ocupan en la dinámica del proceso el espacio virtual y las acciones de movilización, mostrando los momentos y el modo en que las acciones en un espacio pueden revertir en prestigio asambleario.
De manera significativa, se debe señalar a este trabajo como uno de los pocos que hasta el momento, ha sido capaz de aportar a una teorización, aún inconclusa, de las dinámicas que sostuvieron la convocatoria y de resituar, con demostraciones empíricas, el papel del espacio virtual. Que, lejos de lo que anunciaban las teorizaciones más arriesgadas sobre una nueva era de movilización virtual, se ha demostrado un medio de comunicación muy potente pero un espacio subsidiario respecto de la deliberación y la toma de decisiones.

Por otro lado, Tomar la palabra en el 15M: Condiciones sociales de acceso a la participación en la asamblea se ha guiado por la voluntad de abrir nuevas posibilidades exploratorias de la movilización colectiva desde un marco conceptual y metodológico capaz de aprehender, de forma sincrónica y diacrónica, las microdinámicas sociales y situarlas, al mismo tiempo, en un contexto macrosociológico.
A nivel metodológico, se ha trabajado durante un año mediante observación participante y se han realizado 35 entrevistas abiertas semidirectivas (recogiendo la tradición de la Escuela de Sociología Crítica Española de Jesús Ibáñez, Alfonso Ortí y Luis Enrique Alonso) orientadas hacia la reconstrucción de relatos de vida desde una perspectiva etnosociológica, siguiendo la propuesta de Daniel Bertaux.
Sin embargo, la etnografía ha resultado ser imprescindible para reconstruir este proceso social. Pues, aún con toda la riqueza empírica que contienen las entrevistas abiertas, la autocensura derivada del engarce afectivo con el proceso hubiera hecho muy difícil recuperar el elemento central sobre el que se anidaron buena parte de las salidas de la asamblea tras el verano: la violencia.

La  apuesta por armarse con un aparataje teórico pluralista, principalmente, mediante la recepción de los aportes de la tradición bourdisiana (aún poco trabajada en España) junto con la propuesta de Randall Collins respecto a las Cadenas de Rituales de Interacción ha resultado muy prolija.
Además, al articular el modelo CRI de Collins con la trilogía clásica de Albert Hirschman (salida, voz, lealtad) se ha hecho posible explicar de manera compleja las subidas y bajadas en la participación. Al mismo tiempo, gracias a la inclusión de estas propuestas en marco de la propuesta de Bourdieu, se han podido indicar con claridad los distintos momentos de posibilidad que se abren en el proceso y el tipo de participantes que posibilita y que privilegia. No perdiéndose, en el camino, la aprehensión de las transformaciones que son el resultado de las luchas por la definición de la lucha y los y las agentes que participan en ella.  Para eso es que se ha reconstruido el relato etnográfico manteniendo la dimensión temporal y en referencia a lo que sucedía en otras acampadas y asambleas del 15M y al estado del campo político. Así, se han podido rescatar las distintas temporalidades, ritmos y procesos implicados en la constitución de la dimensión colectiva (que siguiendo la idea de Boltanski debe ser producida y existe en el marco de unas condiciones que más o menos se intuyen) y siguiendo a Mathieu no está exenta, como se ha mostrado, de oposiciones y luchas.

También ha resultado fundamental la reconstrucción del proceso de acampada y asamblea desde el marco de la teorización de Bourdieu sobre el campo político y los trabajos herederos de su propuesta, principalmente los de Lilian Mathieu y Gerard Mauger. En concreto, se ha conceptualizado el proceso asambleario en cuatro momentos en función de la noción de campo político (con especial atención a los movimientos sociales) que han permitido organizar con cierta coherencia las transformaciones de la dinámica asamblearia y explicar las tensiones asentadas en la ruptura entre la profesionalidad y la profanía. La incorporación de la noción de trayectoria militante (a partir de los trabajos de Poupeau, Mathieu, Pechú y Fillieule) articulada sobre el grado de participación en la asamblea y la interrogación sobre la ruptura profesionales/profanos, ha propiciado la construcción de varias categorías etnográficas definidas sobre la abstracción del trabajo empírico. Estas construcciones de tipos ideales de participantes (militante profesional, militante amateur, observador participante y observador puro) complejizan las teorizaciones que se han realizado al respecto. Y aportan no solo mucha más información respecto de las interacciones y las posibilidades de transitar de una forma de movilización a otra; si no que permiten examinar con nitidez el inicio de nuevas trayectorias militantes y mostrar en qué momento son posibles o imposibles.

Además, la construcción de estas tipologías de participantes funcionando en tandem con la categorización, también construida en función del análisis empírico, que he denominado «culturas de participación» (y que incluye una forma de exclusión radical del proceso: la sospecha) permitía dar un paso analítico más allá de la categorización ideológica. Que, sin ser irrelevante, pues operaba algunas veces como marca de distinción sobre la que levantar las oposiciones entre algunos agentes (generalmente colectivos) resultaba bastante estéril para analizar la dinámica general de la asamblea estudiada, pues las tomas de posición no se correspondían con ideologías definidas. Más bien parecían tener poco o nada que ver con éstas. Porque, hasta pasado el verano, en escasas ocasiones el debate asambleario derivó en una discusión con posiciones ideológicas más o menos definidas ya que, el espacio era masivamente profano, circulaban escasos conocimientos sobre teoría política y se tendía a huir del debate de posiciones políticas. Porque, independientemente de fuese posible o no, se pretendía superarlo en la unidad de individuos que se representan a sí mismos distanciados de filiaciones a colectividades políticas.

Estos elementos, entre otros que por espacio no se pueden señalar aquí, es lo que hace que esta tesis doctoral apunte a la apertura de un nuevo espacio para la interrogación del proceso ciudadano que arrancó el 15 de mayo de 2011. Pues donde la mayoría de trabajos sobre el particular identifican grandes y homogéneas ideas fuerza, este trabajo demuestra cómo, a pesar de existir un horizonte común de desafección respecto de la política profesional, existía una gran heterogeneidad e incluso incompatibilidad de posiciones. También ha mostrado cómo esa incompatibilidad solo fue salvada en la articulación de prácticas y recursos simbólicos que sí eran capaces de armonizar expectativas, apuestas o definiciones del fin último de la lucha que en realidad eran disonantes e, incluso, opuestas. Además he mostrado cómo esta armonización colectiva fue solo posible mientras la «cultura de la colaboración» gobernó el proceso, mientras el foco de atención fue común y la membresía grupal crecía día a día. Después, roto el ritual de interacción, y en mitad de un proceso de transformación a movimiento social, la energía emocional que circulaba a raudales decayó y, además, el proceso fue imponiendo cada vez más condiciones de entrada a la participación en la asamblea. Así, quedaron finalmente sobrerepresentadas en la asamblea posiciones y estilos de vida muy concretos que caracterizaron completamente los nuevos escenarios de acción colectiva e ideas fuerza. Finalmente la organización del movimiento social rompió su vertebración con buena parte de quienes se habían movilizado con el movimiento 15M e, incluso, con muchas y muchos de quienes fueron militantes a tiempo completo.

Así, con este tipo de teorizaciones, se ha intentado explicar aquello que, si acaso, solo ha sido constatado por otros trabajos. Pues se ofrece una explicación compleja y situada de las dinámicas de apertura y cierres del proceso, además de aportar una visión no mitificada de la vida asamblearia. Una aproximación que interroga constantemente por las distintas formas en las que se condensa el par dominante/dominado a lo largo del proceso asambleario. Y es así como ha sido retratado: con sus luces y sus sombras, con sus aperturas y sus cierres. Con sus apuestas y herramientas democratizadoras; y con las constricciones para la toma de la palabra que supusieron las propias características del proceso.
Para concluir esta defensa, quisiera señalar que este trabajo muestra cómo a partir de la etnografía se obtiene una teoría de la práctica política muy diferente de que la teorizan los productores de discursos.

Muchas gracias por su atención.



Debates acerca de "La norma de la filosofía"

 
Se encuentran disponibles dos de los debates de las jornadas sobre La norma de la filosofía en la Uned: el correspondiente a la intervención sobre Aranguren y el corresponiente al debate Sacristán-Bueno

Sunday, May 4, 2014

Castoriadis, Loraux y Foucault sobre la democracia ateniense. "Pericles en París" en la revista Pensamiento


Segundo artículo de la serie sobre las lecturas de los clásicos en la actualidad. Publicado en el número  2611 del 2104 de Pensamiento. Revista de información e investigación filosófica el artículo "Pericles en París", un estudio comparado de las lecturas que sobre el dirigente alcmeónida propusieron Cornelius Castoriadis, Michel Foucault y Nicole Loraux. Dado que la revista no se encuentra accesible en la web, podéis solicitar una separata a joseluis.moreno@uca.es